domingo, 16 de septiembre de 2018

Mi ansiedad y yo llegamos a un acuerdo.






EL 12 de junio de 2018, alrededor de las 4 de la tarde, le escribí a una de mis mejores amigas encerrada en uno de los baños de mi trabajo, temblando, con las manos sudadas, la cabeza pesada y el corazón a mil a punto de desmayarme: ya no podía más, necesitaba ayuda profesional.

Estos últimos dos años (2016-2017) han sido muy duros, pero lo que no me había dado cuenta hasta hace unos tres meses atrás, es que toda, absolutamente TODA mi vida, desde que tengo uso de razón, he sufrido de ansiedad.




Vivir con ansiedad es como si la peor parte de ti fuera otra persona que está diciéndote constantemente que todo va a salir mal, que todo el mundo te odia, que no eres capaz de nada, que no vas a ser nunca feliz porque no te lo mereces, que no tienes talento o que todo lo malo que te pasa es 100% tu culpa y hay que luchar contra esa voz, que muchas veces suena muy convincente, TODOS LOS DÍAS. 

Gente que no vive con esta condición, muchas veces no entiende y piensa que estás exagerando. Vivir con ansiedad no te deja ni siquiera hacer amigos porque piensas que quizás esas personas se den cuenta de la "farsa" que eres y nunca te van a estimar como tú quisieras.




Voy a citar varios ejemplos de mi ansiedad y los que considero más fuertes:

Desde los 4 años, mi sueño más recurrente era que toda mi familia moría y yo me quedaba sola. TOTALMENTE SOLA.  Estos sueños venían esporádicamente, no es que mi mamá me dejaba ver cosas de terror y yo soñaba con eso, no, es algo que mi cabeza inventaba sin razón alguna.

Entre los 8 y 10 años me obsesioné con la idea del fin del mundo. Y aunque esto podría sonar un poco ridículo para muchas personas, yo REALMENTE creía que en cualquier momento PODRÍA MORIR. Es por eso que durante un periodo, que calculo deben haber sido unos 6 meses, inventaba excusas para no ir a la escuela o que me saquen de ahí temprano. Siempre decía que me dolía algo. Nunca lo hice por no querer estudiar (toda mi vida he sido nerd, amo estudiar y amaba ir a la escuela) pero yo estaba 100% CONVENCIDA de que en algún momento el mundo acabaría y yo no estaría en mi casa con mi familia.

 Si el expreso se atrasaba 5 minutos en irme a ver, empezaba a llorar hasta llegar a casa. Una vez, incluso mi mamá creyó que estaba pasando algo en la escuela (relacionado con abusos) y me preguntó si todo estaba bien. Incluso a esa edad, no me atreví a decirle mi irracional miedo de morir y no estar en mi casa, así que eso quedó registrado para mis papás como una "etapa" de berrinche.

Mis papás lo dejaron pasar, yo lo dejé pasar. Incluso por mucho tiempo creí que estas crisis simplemente eran una consecuencia de mi gran imaginación, la cual me ha ayudado en muchas cosas, pero también la tengo que alejar constantemente de mi ansiedad.

Al llegar a la pubertad, la ansiedad empezó a manifestarse físicamente. Entre los 12 y 14 años, cada vez que tenía que hablar en público o dar un concierto de violín, me sudaban las manos, me latía el corazón full, me pesaba la cabeza, vomitaba e incluso al momento de dar el certamen, lo hacía hirviendo de fiebre. Cuando todo terminaba, estaba bien.

Entre los 14 y 16 años, mis papás casi se separan. Básicamente sentía que mi pesadilla recurrente a los 4 años, se iba a hacer realidad. Llegar a casa era lo peor del día. La música y leer me ayudó un montón a calmar mi ansiedad (que en ese entonces no sabía que era ansiedad) así que todo parecía haber mejorado un poco.

Hubo una etapa en mi vida, al salir del colegio, que considero la más tranquila y libre de ansiedad (aunque nadie me entienda, porque generalmente esta etapa, para todos, está llena de problemas): La universidad.

Además del estrés cotidiano, no tuve un ataque mayor durante esta etapa, sin embargo sí tenía que lidiar con mi ansiedad en cosas como "esas personas no te hablan, porque no les gustan, se burlan de ti, no eres lo suficientemente agradable para ellos" o "tú no te mereces ese premio, porque tu trabajo no vale", pero a pesar de todo esto, no tuve ataques mayores.

No fue, sino hasta al salir de la universidad, que la ansiedad llegó con tal fuerza que tuve que buscar ayuda.




Analizándolo con mi terapeuta, no solo es la presión social de la mitad de los 20's de querer tener una carrera, formar un hogar, encontrar una pareja estable, etc, sino también que por primera vez apareció la depresión. Y la depresión + la ansiedad +  las redes sociales llenas del éxito del resto de personas que te rodean = el inicio de mis años más tristes hasta ahora.

Al salir de la universidad me replanteé mi carrera. Me di cuenta que no quiero seguir en esta carrera por el resto de mi vida y empecé a pensar que JAMÁS voy a salir de ella, porque es lo único que sé hacer. Al salir de la U también encontré un trabajo en el que no me sentía valorada y en el que mis jefes me decían que mi trabajo no valía nada. Obviamente, solo duré 3 meses en ese trabajo, pero desempleada, con un remezón tremendo que me dio la realidad y con mi desesperación porque me había dado cuenta que no quiero seguir en mi carrera por el resto de mi vida, empecé una relación.

Me tomó muchísimo tiempo darme cuenta que esta relación era tóxica y que esa persona no estaba tan comprometida como lo estaba yo. Al regresar de mi viaje de Perú con esta persona, habiéndome dado cuenta de que esa relación no tenía futuro, desempleada y comparando mi vida con el éxito de todas las personas que me rodeaban, incluso con el de mis mejores amigas; entré a una depresión fuerte.

Fuerte, hasta tal punto de que consideré terminar con mi vida.  No me sentía querida, no me sentía digna de ni siquiera el amor de mis padres, me sentía fracasada y que jamás iba a cumplir nada, empecé incluso a buscar información en internet acerca de pastillas y donde conseguirlas. En marzo de 2018 me salió una oportunidad increíble de trabajo. Estaba algo asustada, pero lo tomé y sinceramente creo que es una de las mejores decisiones que he tomado en estos últimos 3 años.

Pero la depresión seguía ahí y seguía haciéndole compañía a mi ansiedad. Jamás le conté a nadie, ni siquiera a mis mejores amigas, mis ganas reales de querer dejar de existir, porque la ansiedad no me dejaba.  La ansiedad sentía (y aún siente) que molesto a mis propias amigas con mis problemas, que ellas me aíslan de ciertas cosas, que no les gusto al 100% aunque mi "Yo" real, sabe que no es así, que son cosas de esa voz maldita que siempre intenta sabotear mi felicidad.



Pero ¿cuál es definitivamente la MEJOR decisión que he tomado en mi vida? Entrar a terapia. Y todo después de un sacudón que me dio mi jefe cuando me preguntó: "Andrea ¿por qué tú misma frenas tu talento?" Entré a mi trabajo con el fin de ganar experiencia y aprender de todos, sin embargo no habían pasado ni 3 meses y la ansiedad y depresión ya me estaban dando problemas en lo laboral. En ese momento pensé: "Si alguien más se dio cuenta de esto, es grave. Y si no quieres estar en publicidad hasta que te jubilestienes que hacer algo YA" 

Así que mientras tenía un ataque de ansiedad antes de presentar algo a un cliente grande, del que no sabía como ganarme su confianza, decidí que debía buscar ayuda.



Mi terapeuta dice que soy valiente. Que muchas personas que sufren de ansiedad, no se atreven a hacer muchas cosas que he hecho. Que hay gente que sufre de esto, que ni siquiera puede llegar a entrevistas de trabajo, por el miedo irracional a que todo vaya mal.

Yo no sé a qué le debo que haya podido controlar  mi ansiedad, a tal punto que, no me afecte TANTO. Quizás es porque aunque esa voz está ahí, siempre he tenido gente que cree en mí y de la que nunca he dudado: como mi mamá y mi prima, la verdad, no lo sé.

Sigo luchando todos los días con mi ansiedad. Estos 3 meses han sido muy buenos. Me siento mucho mejor y he progresado un montón. Aprendí que no tiene nada de malo tomar medicamentos coadyudantes para esta condición.

Antes no sabía que el problema no era yo, sino mi ansiedad. Siempre estuvo ahí, ahora sé cuál es su nombre y estoy aprendiendo a manejarla. En estas semanas, he estado regresando a hacer las cosas que amaba que no hacía porque ya no tenía ni ganas de vivir (como leer y escribir)

Llegué a un acuerdo con mi ansiedad, que puede seguir viviendo conmigo, pero que no la voy a dejar que se encargue de arruinarme todo lo que me ha costado conseguir. Nunca más.





sábado, 23 de abril de 2016

Ecuador 16/04/16 : Cuando el dolor se hizo grande, pero la solidaridad eterna.

                           
"Yo nací en este país que va con alegrías y dolor
con gente linda y con canallas que nos roban la ilusión"



16 de abril. El ecuatoriano estaba feliz por haber cobrado su quincena, por el fin de semana y por al fin tener un día libre para pasar con familia y amigos. El 16 de abril la vida del ecuatoriano era totalmente normal, hasta las 18:58.

Aún no puedo describir lo agradecida que estoy de estar escribiendo esto. No sé de el horror que están viviendo el resto de familias, aún mi mente no lo puede asimilar. Mi estrés post traumático es muy poco, a lado del dolor que deben estar viviendo. Y estoy agradecida de que Dios me haya dado otra oportunidad a mí y a los míos.

A las 18:58 comenzó lo que parecía un simple temblor, hasta que luego de tres segundos comenzó a hacerse más fuerte. Nosotros, desesperados, bajamos las escaleras de ese hotel en Montañita. Así, sin zapatos, sin celulares, solo aferrándonos a nuestra esperanza de salir lo suficientemente rápido para que el hotel no nos caiga encima.

Desde hace exactamente una semana aprendí a valorar más lo que tengo. Aprendí que el dolor es ver a tu madre, tu sobrino, tu hijo, tu esposa, tu novio, bajo los edificios derrumbados. Aprendí que la verdadera molestia es no tener qué comer, no tener agua para prepararle un biberón a tu hijo y tener que  dormir al interperie. Aprendí que la desesperación es enviarle mensajes a tu familia pidiendo ayuda, mientras estás debajo de los escombros.

En 40 segundos una parte de Ecuador lo perdió todo, pero también recuperamos cosas que se nos habían olvidado como: darle un abrazo a tus padres, sin razón alguna; regalarle una sonrisa a un desconocido; ayudar a alguien, aunque no te lo haya pedido. Ayudar a quien más lo necesita.

Esos camiones, helicópteros, aviones y barcos que han viajado desde todos los rincones de mi país, hacia Manabí y Esmeraldas con ayuda,  se han convertido en parte de mi proceso de sanación. Me encanta pensar que, aunque no me lo merezco, he nacido en un país maravilloso. Porque lo que hace realmente único a Ecuador, es su inmediata e inmensa solidaridad.

Recordemos estar agradecidos todos los días. Agradezcamos no haber sido una de las miles de personas que fallecieron en esos 40 segundos y también estemos agradecidos por poder hablar con nuestra familia un día más. Recordemos que no podemos olvidar a nuestros hermanos manabitas y esmeraldeños, porque ellos lo han perdido todo y lo necesitan todo.

Desde el 16 de abril del 2016 vivo con ataques de ansiedad. Saludo a la gente con un "¿sentiste la réplica de hoy?" o con un "¿dónde te agarró el terremoto?". Pero también, desde el 16 de abril, estoy mucho más orgullosa de haber nacido aquí. 

Gracias a todos los que han donado, desde las grandes empresas hasta el señor que vendía pastelitos y lo donó todo. Ustedes me han devuelto la calma.

Atardecer del 16 de abril del 2016, desde Montañita


domingo, 18 de octubre de 2015

Una película solo para a quienes ya se les fue su Principito.




Mi primer encuentro con El Principito debe haber sido a los 8 o 9 años. Leí las primeras dos hojas y nada, me aburrí. Cuando tenía como 21 años alguien me dijo "No puedes seguir envejeciendo, sin haber leído El Principito" así que lo leí, más por cultura general que por curiosidad. Hoy pasé llorando casi las dos horas que duró la maravillosa película basada en el libro, dirigida por Mark Osborne.

La película cuenta la historia de una niña, que crece en un ambiente dedicado a llenarla de demasiadas responsabilidades antes de tiempo. Ella está tranquila con todo esto, ya que ha sido lo único que ha conocido. 


Debido a que su mamá quiere que ingrese a un instituto prestigioso y estricto, se mudan. Su vecino, un anciano, en la versión de Mark Osborne y lo que pude interpretar, es una mezcla entre el personaje de la historia y el mismísimo Antoine de Saint-Exupéry. Un viejo aviador que sueña con encontrarse nuevamente con El Principito y que tiene una obsesión con acumular cosas.


 Casi al final de la película, nos podemos trasladar al "asteroide" de la niña y ver cómo ella misma lo cambia por completo, salvando a su Principito (que había envejecido a la fuerza) y cómo ella vence al Rey, el Vanidoso y el Hombre de Negocios (el mayor enemigo en el asteroide de la niña)


Probablemente, estamos antes el mejor trabajo de Mark Osborne (que anteriormente ha dirigido Kung Fu Panda, Monsters vs Aliens y Bob Esponja la Película) Fiel a la esencia de los personajes del libro y adaptándolos a nuestra época. 


Es normal que muchos niños vayan a ver la película porque es animada, pero sinceramente no creo que sea para niños. Es profunda y está llena de mensajes que los niños aún no entienden, porque aún no se han "perdido". Si van a ver esta película, procuren llevar pañuelos. A mí me hicieron falta. 




                                        Aquí les dejo el trailer de la película, por si no lo han visto aún.

miércoles, 14 de octubre de 2015

¿Por qué regresamos a Guayaquil?



Todos tenemos ganas de salir de nuestra ciudad de origen. Vivamos en New York o París, cada quien quiere al menos, vivir un año en otro lugar. (bueno, creo que al menos mi generación) 

Esta semana visité Quito. Ciudad hermosa a la que me quedaría si mi físico fuera mejor y la altura no hiciera mierda mi cuerpo (y también si fuera a bañarme en plata, sino no). Y entre tragos y punchis punchis de fondo alguien me preguntó: "Y si te vas a vivir a New York ¿para qué vas a regresar a Guayaquil?"

Creo que no dije nada (en realidad no recuerdo) pero es una respuesta compleja. A Guayaquil le falta años para que sea grande y "cosmopolita" (esos que dicen que ahora es cosmopolita, es porque no han viajado lo suficiente). En parte, su estancamiento se debe a su gente, pero también mucha culpa tienen los líderes del gobierno local y el centralismo.

Este año he visto cómo muchos de mis conocidos se han ido a vivir al extranjero a estudiar. Barcelona y Buenos Aires son las ciudades en las que más amigos tengo. Pero siempre, siempre, me han dicho "Así consiga un buen trabajo acá, siempre regresaré a Guayaquil" 

El motivo es ¿POR QUÉ?

Imagina que te llevaras a toda tu familia, ¿regresarías a Guayaquil, si tuvieras la oportunidad, al menos una semana?

La respuesta de todos es sí. Es que nadie sabe qué tiene esta ciudad húmeda y caliente. A lo mejor hacer un bolón con los mismos ingredientes, en Europa o Estados Unidos, no sabe a lo mismo. A lo mejor la culpa es de ese dragón que supuestamente rondaba el Cerro Santa Ana (según la tía de mi abuela).  Una cosa es vivir en Guayaquil "porque te tocó" o "porque estás de pasada" y otra es nacer aquí o hacer tu vida aquí. No sé.

Nadie sabe (ni yo) qué tiene esta ciudad. Pero sí, siempre regresaría. Aunque sea a probar el choclo con queso de la esquina de mi casa mientras puteo a un taxista por pasarse la roja. 

Acompaño esta entrada con un video de mi sobrina cantando "Guayaquil, Guayaquil, yo te quiero" sin razón alguna, durante los 4 días que estuvo en Quito. 

sábado, 22 de agosto de 2015

La lucha eterna de mi espejo con el mundo.

(Beyoncé y Chimanda Ngozi tienen una de las 10 canciones que más hacen sentir empoderada a una mujer.)

Hoy fui de paseo con mi familia y me tomaron esta foto. Según yo, estaba más flaca.




Jamás he sufrido de un desorden alimenticio, pero como todas, he tenido problemas de inseguridad con mi cuerpo.

Hoy en día, hay muchas cosas que no entiendo por qué las mujeres hacen, como: rebajarse la edad, opinar sobre las decisiones de las demás e intentar tener un cuerpo que jamás podrán tener, porque cada cuerpo es diferente.

Me costó tiempo aprenderlo, pero se puede. Sin embargo debo admitir, que mi espejo y el mundo aún siguen en una constante pelea.

Jamás, en los 24 años de vida que tengo, me he sentido tan linda y cómoda con mi cuerpo. Mi mamá dice que eso es porque finalmente he crecido.

Crecí en una familia donde todas mis primas eran súper flaquitas. Desde chiquita era la más “llenita” a pesar de que era la única de mis hermanos que no tuvo sobrepeso de pequeña.

Es raro aceptarlo, pero todas esas críticas sí me afectaban y aunque a esa edad (4 – 6 años) aún no pensaba tanto en mi cuerpo; esas palabras se iban a quedar en mí y saldrían de mi cabeza como un muerto viviente, en el inicio de mi pubertad.

Cuando entré a los 13 años, no me atrevía a usar shorts o traje de baño. Creía que mis muslos eran demasiado grandes, que mi estómago estaba muy inflado y que mis hombros eran demasiado anchos. Me solía cubrir en chompas negras y jeans oscuros, para verme "más flaca"

Repito: No sé en qué momento ni por qué, de repente a los 20 y tantos, me sentí más linda y cómoda que nunca. Mi papá finalmente se enoja porque uso bikinis en la playa, shorts, vestidos, faldas, y todo el tipo de cosas que antes no hacía, porque sentía que mi cuerpo no estaría “a la altura”. Un día me levanté y me pregunté: ¿Por qué tengo que seguirme ocultando?

"Criamos a las niñas para que se vean como competidoras, no por trabajos o por logros que sería algo bueno; sino para llamar la atención de los hombres"



He aprendido que la persona que me quiera, tiene que hacerlo con todo y mis muslos anchos, mi baja estatura, mis rollitos en las caderas y mis cachetes. Y que también, nunca más voy a estar en mis 20’s y necesito disfrutar de mi juventud y mi cuerpo, sin importar lo que piensen los demás.

A pesar de que las mujeres aún tenemos muchos problemas por resolver, creo que es una buena época para nosotras. Me encanta ver cómo mis primas menores tienen más confianza que yo y se sienten más a gusto con sus cuerpos. Una vez conversé con una de ellas y me dijo "Si muchas usan minifaldas, ¿por qué yo no?"

En mi espejo me veo como la mujer más hermosa del mundo (ahora, casi todos los días). Para muchos, tengo bastantes defectos, pero la verdad ya no me importa.


domingo, 1 de marzo de 2015

Consejos para que un ecuatoriano visite mi Guayaquil

Esta es la mejor foto de Guayaquil que encontré en mi celular ¿pueden creer?
Que vergüenza.


Entre el año pasado y este año he recorrido algunos de los lugares más importantes del país. Y siempre, cada vez que digo que soy de Guayaquil, lo primero que hacen es sorprenderse porque casi nunca ven a ningún guayaquileño por ahí y luego me preguntan "¿Es verdad que es súper inseguro?"

Pues, les tengo una noticia: NO. Muchos ecuatorianos que talvez nunca hayan venido a Guayaquil, piensan que esto es un Grand Theft Auto de la vida real. Pues es una mentira. Aún (gracias a diosito y no a los comunistas *jejejepp*) podemos disfrutar de nuestra ciudad en paz, así que si siempre has querido venir a Guayaquil y no has podido por falta de tiempo o porque "te da miedo" DESAHUÉVATE y hazme caso. A continuación, dejaré unos cuantos consejos que "la vida mismamm" me ha dado, luego de vivir y crecer en esta hermosa ciudad.


1.- No te van a matar con una metralleta cuando salgas del aeropuerto/terminal

Si algo estoy segura es que el imaginario de que Guayaquil es "peligrosisisísima" viene de los medios de comunicación. José Delgado se hace la plata con la muerte de Sharon y más. Recuerda, yo he vivido toda mi vida aquí y no. No es normal encontrar un muerto afuera de tu casa una vez por semana, pero la vida aquí tampoco es como la crónica roja.

2.- Agarra tu paranoia y métela por el...tacho de basura. Jijip.

Respira. Deja la paranoia, nadie te va a matar hoy. Si piensas que lo van a hacer y te matan, tal vez te lo mereces. Je! Ya, en serio, atraes lo que piensas y si crees que te van a pasar cosas malas, te van a suceder. Disfruta de la ciudad.

3.- Tampoco seas bocabierta

Si pones tu celular en el bolsillo de atrás del jean cuando te subes a la Metrovía, entonces no podemos ser amigos. O sea, tampoco seas tan ingenuo. Anda siempre pendiente de tus objetos en la calle. Si te vas a subir a la Metrovía o vas a estar en algún lugar lleno de gente, intenta poniendo tu celular o dinero en lo más profundo de tu bolso/cartera. Siempre, en todos lados hay "carteristas" (así los llama mi papá) con manos de mantequilla que te pueden quitar todo, sin que te des cuenta.

4.- Agarra un taxi y no un "taxi"
Si un carro cualquiera te quiere cobrar 1,50 por llevarte, probablemente no es taxista y solo te quiere quitar todo. Los taxistas guayaquileños son en su mayoría malgenios (todos los conductores en realidad, debe ser por "la calor") y creen que te pueden cobrar de más, incluso hasta a nosotros nos quieren ver la cara. Regatea con ellos y usa un "no sea malito" y ya. ¡Ah! cierto, procura que el carro al que te subas sea amarillo y tenga el sticker de carro seguro rojo en el parabrisas. De esos que tienen adentro cámaras, botón de emergencias y el nombre del taxista en el asiento de atrás. Tal vez te encuentras con un "Batman Gonzalez" por ahí (caso de la vida real)

5.- Hágase amigo
El guayaquileño siempre anda apurado y con calor. HARTO CALOR. Pero igual, eso no significa que nadie te pueda ayudar. Pregunta por las direcciones, las líneas de buses y cualquiera te sabrá guiar. Aún hay gente buena (y mucha) en esta ciudad. Si ya tienes un amigo guayaquileño, mejor. Nosotros sí sabemos las zonas "fichas" de Guayaquil y se te hará más fácil recorrerla.

6.-Si no eres guayaquileño y no tienes nada bueno que decir de la ciudad, no digas nada. (no es amenaza, es en serio)

Puede que tengamos algunos defectos, como toda ciudad, pero si vas a hacer algún comentario al respecto, trata de ser muy ciudadoso. Para el guayaquileño la ciudad es parte muy importante de su identidad, (a nosotros nos lanzan a una paila y sobrevivimos a ese calor, jijip) nos costó recuperarla y solo nosotros podemos criticarla, así son las reglas, no las inventé yo.


Por último: Si quieren venir a Guayaquil, PREGUNTEN AQUÍ PUES, HÁGASE AMIGOMM. En serio. Guayaquil no es tan malo como los medios y la gente cree. Al menos, a mí lo que más miedo me da es el calor.

Les dejo esta canción "bellamm" de estos amigos quiteños, que me encanta. Ojalá algún día les pueda regalar un bolón <3 br="" nbsp="">





sábado, 3 de enero de 2015

Ahora sí quiero ir al cielo: Un homenaje a Pipo, mi perro, mi gran amigo.





Dicen que los perros se parecen a sus dueños pero el mío y yo teníamos un lazo tan fuerte, que no sé hasta que punto quién se parecía a quién.



Era mi cumpleaños número 9 y sin pedírselo, mi papá, me regaló un perro. Tenía 2 meses, la trompa alargada y las orejas puntiagudas y paradas. Le pusimos Pipo, porque tenía una pipa (panza) gigante y suave. Un día corrí a abrirle la puerta a mi papá y me lo enseñó. Enseguida supe que seríamos grandes amigos. Era mi perro, mi primer perro.

Los primeros meses que estuvo con nosotros, Pipo vivía adentro de la casa. A pesar de que mi mamá le tenía prohibido subirse a mi cama, yo buscaba la manera de subirlo a escondidas y él lo hacía solo cuando mi mamá no lo veía. Le contaba cuentos, lo vestía y hasta lo acostaba en el coche de bebés que tenía.

Luego de estos 2 meses, decidimos sacarlo al patio. El plan inicial era enseñarle que solo haga sus necesidades ahí, pero él se rehusaba a entrar. Corría, se subía a los muebles viejos del patio, metía su nariz en la puerta que daba a la calle para oler quién pasaba y escucharnos llegar (y hacer un gran escándalo cuando alguien de la casa llegaba, a tal punto que todos los vecinos se enteraban). Usaba el cuarto que antes era de servicio, para dormir, protegerse del frío y la lluvia.

Él estaba feliz ahí. Por las mañanas y durante todo el día, mi mamá mantenía la puerta del patio abierta. Le encantaba verla cocinar y relamerse la boca al oler los platos que preparaba. Por las tardes, entraba hasta el comedor, se acostaba en el suelo y se quedaba dormido mientras yo hacía los deberes de la escuela. Todos los días.

Salir con él era una tragicomedia. No se quería poner la correa, se desesperaba en la puerta de la emoción. Varias veces salió corriendo como loco y hacía que mi familia y yo tengamos que salir a gritar y correr para poder agarrarlo. En una ocasión, casi lo atropella un bus gigante, le pitó fuerte y paró, pero él lloró como si se hubiera fracturado algo. Desde ese momento nunca se atrevió a cruzar una calle solo.

Pipo le tenía pánico a los globos, porque una vez se le reventó uno en la cara. Le tenía odio a las escobas (esto es mi culpa) porque una vez mientras jugábamos, sin querer, le pegué con una en la cabeza. Comía casi de todo, incluso en una época le dio por comer jabón y empaques enteros de mantequilla que hacían que mi mami se vuelva loca gritando, mientras él bajaba la cabeza, metía la cola y se iba a esconder.

Él siempre estuvo acompañado por un perro más. Siempre hemos tenido varios perros. A uno se lo robaron, otro vino enfermo y el ultimo murió hace poco, pero Pipo siempre estaba ahí y tenía una salud de acero. Era mi perro, mi primer perro.

Cuando Pipo cumplió 10 años comencé a notar que habían cosas que él siempre hacía, por las que había perdido interés. Ya no le llamaba la atención correr como loco por el patio y no se emocionaba cuando le llevaba una toalla para que haga forcejeos conmigo. La trompa y las orejas se le comenzaron a llenar de canas y por primera vez en diez años, se comenzó a enfermar.

A pesar de todo, la veterinaria que lo había atendido por mucho tiempo, me dijo que parecía incluso de menos años. Un par de vitaminas e inyecciones y estaba como siempre.


Este 2014 fue duro para él. Ya con 14 años encima, sus patitas comenzaron a debilitarse. Pipo era cruzado, tenía algo de pastor alemán, pero no era totalmente puro. Estos perros cuando envejecen lo primero que pierden es el oído y el olfato, razón por la que ya no sentía cuando llegábamos  y cuando dormía, le podíamos pasar por encima, gritarle y el seguía sumergido en sus sueños.

Este año que pasó se enfermó 3 veces. En la primera, se intoxicó con una comida para perros y estuvo muy mal. Se recuperó. La segunda vez, comenzó a sangrar por la nariz. Se le paró la hemorragia y también se recuperó. Le hicimos un examen y nos dimos cuenta que Pipo tenía Babesia (el parásito de las garrapatas que provoca parálisis).

A pesar de que a Pipo lo que le caía era mínimo y siempre lo manteníamos bañado, solo basta con que una infectada le pique para que se contagie. Y a su edad, es muy difícil darle el tratamiento ya que había que prepararlo con suero, para darle los antibióticos.

La tercera vez que se enfermó no se pudo recuperar. Y heme aquí escribiendo con el corazón lacerado.

Mi mamá me llamó urgente y simplemente me salí del trabajo temprano. Pipo no se podía parar, sus patas traseras no le respondían. Había estado toda la tarde ladrando desesperado. Aunque sus patas eran débiles, estaba acostumbrado a pararse para hacer sus necesidades, comer y salirnos a recibir moviendo la cola (ahora) suavemente.

Fue una semana dura. Pasó con suero el 24 de diciembre y el 25, cual milagro de la Navidad, se pudo parar un rato. Hizo sus cosas y se volvió a acostar. El 26 también se paró un ratito. Pero del 27 en adelante, no pudo volverse a parar. Estuvo 2 días con suero y el tercer día con inyecciones intravenosas. Dejaba de comer, lo inyectábamos, volvía a comer, perdía el apetito y así.

El 31 de diciembre mientras todos recibían felices el nuevo año, me quedé junto a Pipo hasta que pasaran los fuegos artificiales y demás. Aproveché para llorar y gritar junto a él, todo lo que no había podido hacer durante la semana, porque aún conservaba la esperanza. Esa noche, mientras cenábamos, tomamos la decisión. No podíamos ver a Pipo sufrir más, el fue un buen perro, no solo conmigo, sino con los 4 miembros restantes de mi familia.

El 1 de enero pasamos a Pipo donde siempre le gustaba estar, en la entrada de la cocina y se relajó totalmente. Pasé todo el día junto a él, moviéndolo, limpiándole sus heces y orina, acariciándolo, intentando darle de comer, aferrándome a lo poco que me quedaba de esperanza, en vano. Pipo me miraba con los ojos llorosos, mientras se quejaba y me movía el rabo. No podía dejar a mi amigo sufrir tanto.

La Dra llegó en la noche, y mientras yo sostenía su cabeza, dio su último respiro.

Es el 2do día en el que Pipo no está conmigo. A pesar de que he amado a cada una de mis mascotas, nunca la muerte de ni una, me ha tumbado tanto como la de Pipo. Era mi perro, mi primer perro y mi primer gran amigo. La noche de su muerte no pude dormir sino hasta las 2 de la mañana y me pasé aullándole a la noche, en su memoria, desde el hoyo del dolor en el que estaba.


Cada que salgo al patio y veo su cuarto vacío, me desespero. No me acostumbro a la idea de salir y no verlo. Lo extraño y me duele tanto. Hace poco leí que algo que me consoló un poco:  "el dolor que te provoca perder un perro que ha estado contigo tantos años, es porque ellos están en tu corazón, moviendo la cola frenéticamente, agradecidos por haberles dado tantos años de felicidad"

Hace dos días perdí un ángel de cuatro patas y solo espero algún día volverlo a abrazar. Que me tumbe y me ensucie como lo hacía cuando yo llegaba de la escuela y que se quede dormido junto a mí por las tardes.

Gracias por todo lo que me enseñaste, Pipo. No te podía seguir viendo sufrir y sé que tú ya estabas listo. Gracias por tantos años de amor incondicional, sé que estás en algún lugar esperándome para aullar con todas tus fuerzas cuando me veas llegar. Te amo para siempre.